Esa pequeña aspiradora autónoma que te facilita la limpieza de la casa tiene un aspecto divertido e inofensivo. Pero ¿es polvo lo único que recoge? Al parecer, no. Las aspiradoras autónomas también recogen datos sobre los espacios en los que operan, es decir, crean auténticos mapas de tu casa que ¡sorpresa! podrían ser vendidos a terceras partes.

Hace unas semanas el CEO de iRobot, el fabricante de una de las aspiradoras autónomas más populares del mercado reveló que la compañía se está planteando compartir los datos recogidos por las aspiradoras con compañías como Apple, Google o Amazon.

Por supuesto la compañía se ha apresurado a puntualizar que en ningún caso se compartirán datos sin el consentimiento de los usuarios. Sin embargo, esto nos lleva a otro de los grandes problemas de la protección de datos en la actualidad: lo fácil que es “colar” la petición de consentimiento en la letra pequeña a la que hay que decir que sí para poder usar el servicio.

¿Por qué son tan interesantes los datos sobre nuestras casas? Un mapa de nuestra casa puede contener un montón de información sobre nosotros, del tamaño de la casa se puede inferir el nivel de renta y el número de ocupantes, la disposición de los muebles puede hablar sobre nuestros hábitos… en definitiva, información muy apetecible para todas aquellas compañías que buscan trazar un perfil lo más fiel posible de cada potencial consumidor.

Este caso, aunque anecdótico, es muy revelador sobre los desafíos y riesgos que entraña el Internet de las Cosas, esa corriente tecnológica que plantea un futuro en el que todos los aparatos que nos rodean estarán conectados a la red, recogiendo y emitiendo datos sobre nosotros en tiempo real.

¿Cómo nos podemos asegurar de que esos datos son usados conforme a la ley? ¿Cómo podemos saber que no recogen más datos de los necesarios para llevar a cabo su función? ¿A quién acudimos para ejercer nuestros derechos ARCO?

Los interrogantes que plantea el Internet de las Cosas son muchos y derivan principalmente del avance vertiginoso de la tecnología que, en muchas ocasiones, aprovecha los vacíos legales que deja una legislación que no puede seguirle el ritmo.

La próxima aplicación del Reglamento General de Protección de Datos podría suponer una salvaguardia de cara al consumidor frente a los riesgos de este tipo de fenómenos. El consentimiento, por ejemplo, tendrá que ser más claro e informado, algo que quizá sirva para atajar la práctica de enterrar las cláusulas sobre privacidad en largos textos legales que nadie tiene tiempo para leer. Está por ver, sin embargo, si será suficiente para responder al desafío a la privacidad que aparatos tan aparentemente inofensivos como una aspiradora pueden plantear.