Aunque prácticamente todas las encuestas de opinión destacan la protección de datos como una de las principales preocupaciones de los ciudadanos, la realidad es que muy raramente ninguno de ellos hace un esfuerzo para proteger sus datos abandonando las plataformas que más amenazan su privacidad. Estos es lo que se ha dado en llamar la paradoja de la privacidad.
Pongamos como ejemplo Facebook, un gigante tecnológico que vive de acumular datos personales y que en los últimos años ha protagonizado escándalo tras escándalo. A pesar de todo, Facebook no para de crecer (19% más de usuarios este año) y de generar cada año más ingresos (30,4% más este año) en cada una de sus divisiones. La sociedad es consciente de que la mayor red social del mundo está fallando a la hora de proteger sus datos, pero eso no está afectando significativamente al uso que hacemos de aplicaciones como Facebook, Instagram o WhatsApp, todas ellas propiedad de la propia Facebook.
Durante mucho tiempo se pensó que la explicación a esta paradoja estaba en el hecho de que la mayor parte de los usuarios de las redes sociales no tenían una idea clara del uso que les daba a sus datos personales. Aunque puede que este sea el caso para algunos usuarios, la labor de información y concienciación de medios de comunicación, activistas y autoridades hace que cada vez más gente sea consciente de las amenazas a su privacidad.
La explicación más extendida que se le da a la paradoja de la privacidad es la del “Calculo de Privacidad”, la idea de que los usuarios de tecnología y redes sociales entienden las implicaciones del uso de estas plataformas, pero hacen un cálculo entre el riesgo y los beneficios que les proporcionan y deciden seguir adelante porque el beneficio es mayor.
La pregunta que cabe hacerse es si cuando se hace ese “cálculo de privacidad” sabemos exactamente qué es lo que estamos cediendo a cambio de los servicios que estamos recibiendo. Estamos muy lejos de saber con precisión el tratamiento que las grandes plataformas de Internet dan a nuestros datos personales. La complejidad de la alta tecnología que emplean estas plataformas les ha permitido operar con muy poca supervisión porque, sencillamente, las autoridades no tienen la capacidad para desentrañar las técnicas que emplean. Por lo tanto, si no sabemos realmente hasta donde alcanzan los riesgos, los resultados de este “cálculo de privacidad” no pueden ser fiables.
La obligación de transparencia que exige el Reglamento General de Protección de Datos debería, en teoría, dotar a autoridades y ciudadanos del poder para saber con precisión el uso que se les da a sus datos personales. Sólo desde una total transparencia podríamos llevara a cabo un cálculo fiable de cuánta privacidad estamos dispuestos a ceder a cambio de disfrutar de los servicios digitales que se nos ofrecen de manera supuestamente gratuita.
Hasta entonces, la paradoja de la privacidad seguirá siendo la razón por la que la protección de datos en sí misma no preocupa a los gigantes de Internet más allá de las multas millonarias en las que puedan incurrir puntualmente. Sólo empezarán a tomar conciencia del problema cuando les falte el combustible que las hace funcionar: nuestros datos personales.