Existe un campo de estudio que se está desarrollando a gran velocidad y que se conoce como el fenotipo digital (digital phenotyping). Su objetivo es el de recoger cantidades ingentes de datos desde los dispositivos digitales que la gente usa (teléfonos móviles, pulseras de actividad…) y analizarlos usando inteligencia artificial para detectar patrones de conducta relacionados con la salud, especialmente con la mental.

El digital phenotyping busca señales digitales -también llamados biomarcadores digitales- que pueden ser usados en el diagnóstico y monitorización de una gran variedad de enfermedades y condiciones como la depresión, el desorden bipolar, la esquizofrenia o el autismo.

Los datos utilizados se recogen desde los sensores, aunque también de la actividad del propio usuario y del contenido que genera.

Esta nueva tecnología ha atraído la atención de las grandes plataformas digitales y Apple, por ejemplo, ya ha puesto en marcha un proyecto para usar el iPhone para el diagnóstico de la depresión y deterioro cognitivo. El fundador de Amazon Jeff Bezos ha invertido también en una compañía, Mindstrong, que busca usar los datos de los dispositivos móviles para proporcionar terapia psicológica especializada a sus clientes.

Los defensores del uso de datos para el diagnóstico de problemas de salud mental destacan la gran ventaja que supone disponer de datos objetivos sobre el estado del paciente en lugar de tener que apoyarse en el testimonio directo del paciente que es subjetivo y que da sólo una visión de un momento determinado en el tiempo. También destacan que puede abaratar y hacer más rápidos los diagnósticos en un mundo en el que el coste y la disponibilidad de los tratamientos son un problema creciente.

Pero, aunque esta tecnología promete grandes ventajas, la ciencia que la sustenta todavía tiene mucho camino por recorrer y, por supuesto, existen grandes cuestiones por responder sobre la privacidad y la protección de datos de estas nuevas áreas de estudio.

Para empezar, no existe una base científica sólida que permita afirmar que los diagnósticos que se realizan a partir de estos datos sean fiables. Muchos de los estudios realizados hasta la fecha tan solo cuentan con un puñado de voluntarios cuando harían falta miles para ofrecer cierta representatividad.

Otro gran desafío para la elaboración de fenotipos digitales es la gran cantidad y disparidad de datos a analizar. La gente usa sus teléfonos de modo muy diferente y eso hace muy difícil comparar las conductas de distintos individuos o incluso de la misma persona a lo largo del tiempo. Además, la relación entre el tiempo que pasamos online y el tiempo que pasamos offline (fuera de entornos digitales) tampoco está clara. Por ejemplo, si dejamos de usar nuestro teléfono se puede interpretar como que hemos dejado de interactuar socialmente cuando en realidad estamos pasando tiempo con amigos en la vida real.

Y por supuesto, hay grandes salvedades que solventar en el terreno de la protección de datos. Los datos sanitarios tienen una especial protección y, en caso de que empresas como Apple o Google puedan empezar a usar sus datos para realizar diagnósticos de salud mental, saltarán todas las alarmas. Las empresas podrían buscar esos datos para decidir si contratar a una persona o no, las aseguradoras para comprobar si alguien es estable o universidades para decidir si admiten o no a un estudiante.

El poder de la elaboración de fenotipos digitales, en caso de que demuestren ser fiables, puede ser enorme y, por lo tanto, requeriría de un estricto control legal para poder llevarse a cabo con las necesarias garantías.