Dice el saber popular de Internet que si no pagas por un servicio es que tú eres el producto. Esta frase tan repetida encierra la clave de muchísimos servicios digitales: no cobrar y financiarse a través de la publicidad basada en datos personales. Este modelo es la razón por la cual disfrutamos gratuitamente de servicios tan caros de mantener como YouTube, Gmail, Facebook, Twitter o incluso los periódicos online en los que consultamos las noticias todos los días.

Pues bien, este modelo de negocio podría tener los días contados con el RGPD.

Tan solo han pasado unos meses desde la entrada en aplicación de la mayor revolución normativa en materia de protección de datos personales que se ha vivido probablemente en la historia. Los efectos prácticos del nuevo reglamento ya se dejan sentir, en este mismo blog hemos comentado como el uso de cookies de terceras partes en las webs está bajando y com algunos periódicos online americanos han decidido cerrar el acceso desde Europa.

No ha habido, sin embargo, grandes cambios en lo que se refiere a los principales servicios digitales basados en publicidad a los que solemos acceder los internautas. Gmail sigue funcionando, Facebook también, Twitter también, etc. Pero, consideremos por un momento que una de las piedras angulares sobre las que se sustenta el RGPD es la transparencia y cabría preguntarse ¿cómo de transparente es el uso que hacen de nuestros datos estos servicios gratuitos?

Es evidente que Facebook, por poner un ejemplo conocido, tiene a todos sus usuarios agrupados en función de distintas variables y que su algoritmo publicitario nos selecciona como los candidatos ideales para ver tal o cual publicidad. Pero ¿tenemos la más remota idea de cómo funciona este algoritmo? ¿Sabemos a qué segmento psicosocial pertenecemos? No, no lo sabemos porque Facebook no revela esta información. Pero, dado que estos perfiles se elaboran usando nuestros datos personales ¿no deberíamos tener derecho de acceso a esta información?

Como todo en el derecho, estas incógnitas están sujetas a interpretación, pero no es descabellado imaginar que llegue un momento en que algún tribunal, con el RGPD en la mano, exija a uno de estos servicios revelar cómo funciona su “cocina” y qué criterios utiliza para elaborar sus perfiles y sus segmentos. El día que eso ocurra, es posible que lo que averigüemos nos escandalice y las autoridades decidan que ese tipo de tratamiento de datos está fuera de la ley.

Todo esto no es más que una suposición, pero dada la opacidad de ciertos servicios digitales y el afán de dureza con el que ha nacido el RGPD, el choque de trenes podría estar servido.

Quizá viendo lo que se avecina, servicios como YouTube están experimentando ya con nuevos modelos de negocio de pago que les permitan financiarse sin tener que echar mano de los datos personales de sus usuarios. Se avecinan sin duda tiempos interesantes para un paradigma, el de la gratuidad, que marcó la primera época de expansión de la red de redes.