«…regalamos nuestros datos a las empresas a cambio de unos servicios que hace apenas unos años no sabíamos que necesitábamos y que ahora se han vuelto esenciales. Apenas un puñado de ciudadanos son conscientes de que estos datos tienen un valor, pero muchos menos saben cuál es ese valor.»
(Mundo Orwell, Ángel Gómez de Ágreda).
Hace unas pocas semanas, la app de mensajería más popular del mundo –WhatsApp- informó de un cambio en su política de privacidad. Este hecho, que hace sólo unos años hubiese pasado desapercibido, provocó que de la noche a la mañana cientos de millones de usuarios migrasen en masa a apps alternativas y percibidas como más seguras como Telegram o Signal.
Aunque queda por ver si este cambio es real y la gente dejará efectivamente de usar WhatsApp, lo que sí se puede deducir es que los usuarios están cada vez más concienciados sobre la necesidad de proteger sus datos personales.
En otras palabras, la época en que los ciudadanos estaban dispuestos a sacrificar alegremente su privacidad por servicios digitales podría estar tocando a su fin.
Esto podría tener implicaciones muy importantes para el futuro de la protección de datos. Si se confirma esta tendencia, las empresas ya no solo tendrán el incentivo legal para ser respetuosas con la privacidad, sino que tendrán también un incentivo económico, algo que siempre resulta más fuerte.
Sacrificar privacidad por servicios
Los años de expansión de la economía digital de las últimas dos décadas han visto como el sacrificio de la privacidad en favor de servicios “gratuitos” era la norma.
Las razones eran diversas y tenían casi siempre que ver con lo novedoso de la tecnología y con la falta de conocimiento sobre el valor de nuestros datos y las posibles repercusiones sobre la privacidad.
El ciudadano medio no consideraba que los riesgos derivados de ceder sus datos fuesen lo suficientemente preocupantes como para renunciar a un servicio gratuito. Además, mucha gente sentía que no tenía nada que ocultar y que, por lo tanto, no necesitaban proteger sus datos con tanto cuidado.
Otro gran porcentaje de la gente no prestaba tanta atención a la protección de datos porque, simplemente, requiere de demasiado esfuerzo. Leerse las políticas de privacidad o revisar las opciones de privacidad de nuestras cuentas en redes sociales son actividades que llevan mucho tiempo y que nos exigen un alto grado de atención. Francamente, no todo el mundo está dispuesto a ello.
Otro problema es que la privacidad no se percibe como un problema hasta que alguien la invade y, por el contrario, los beneficios de un servicio gratuito como el que ofrece Google son evidentes y tangibles sin necesidad de que pase nada.
En cierto modo, se trata de una elección muy parecida a la que hacemos entre ecología y comodidad. Preferimos la comodidad de una botella de plástico a rellenar una botella de cristal reutilizable. Con ello estamos contribuyendo a la generación de residuos y emisiones contaminantes, pero, en el momento, la comodidad prima sobre un perjuicio que nos resulta lejano y abstracto.
La percepción de lo riesgos de no proteger nuestros datos
La cuestión es que el único riesgo de no proteger nuestros datos no está en el uso que las grandes empresas hacen de nuestros datos con fines publicitarios. No proteger nuestros datos puede tener otras consecuencias menos evidentes como las de, por ejemplo, facilitar un robo de identidad, un fraude o la pérdida de acceso a nuestras cuentas.
Todo esto sin entrar en las graves implicaciones que la vigilancia masiva puede tener para los derechos de los individuos en regímenes totalitarios o incluso en países democráticos.
La percepción de los riesgos a los que nos enfrentamos si no protegemos nuestros datos está cada vez más desarrollada. Y eso está llevando a un cambio de mentalidad de los usuarios de servicios digitales que puede empujar a los grandes proveedores a tomarse en serio, por fin, la privacidad y la protección de datos.